NOVIEMBRE: IMPERMANENCIA
- Posted by yoga_admin
- On noviembre 24, 2016
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La Impermanencia
Si de algo podemos estar seguros, es que todas las cosas en esta realidad mundana están en constante cambio. A eso se le conoce como impermanencia. Tenemos impermanencia obvia que podemos constatar fácilmente (se te rompe el celular por ejemplo), e impermanencia sutil, mucho más complicada de detectar e internalizar (el hecho, por ejemplo, de que al terminar de leer estas líneas, estarás unos 2 minutos más cercano(a) a la hora de tu muerte).
Todo lo que nace o tiene un origen por definición tiene que morir o encontrar su fin. En teoría es lógico y obvio, pero en el diario vivir es muy difícil de aplicar. El tema es que nosotros nacimos con una necedad innata a aferrarnos a que las cosas no cambien. En el fondo, queremos que todas las experiencias, personas o cosas que nos resultan placenteras SIEMPRE se queden así y no cambien. En el fondo, pensamos que todas las experiencias, personas o cosas que nos resultan desagradables SIEMPRE serán algo negativo o doloroso.
El aspecto de más importancia, pues, es la forma en la nos relacionamos con estas experiencias, personas o cosas; y no el hecho de tenerlas o no en nuestra vida. El poder incorporar el hecho de la naturaleza impermanente de todas estas cosas, nos conduce a un estado de desapego. Desgraciadamente mucha gente piensa que estar desapegado(a) a las cosas implica ir por la vida como una amiba sin rumbo, sin poder tener planes o proyectos concretos. Otros piensan que al estar desapegados tenemos que vivir en un estado de austeridad o de no sentir, en la que no podemos disfrutar nada porque eso es “mundano” y no “espiritual”.
Es cuando incorporamos el hecho de que todo puede dejar de existir en cualquier momento, que realmente podemos disfrutarlo, porque entonces se goza en el PRESENTE, soltando lo que pueda pasar en el futuro, o lo que haya pasado en el pasado. No se trata de vivir paranoicos porque en cualquier momento puede cambiar todo.
Veamos a continuación tres ejemplos de nuestra vida en los que aplicar este entendimiento:
Cosas Materiales. Se ha dado tanto peso a las posesiones materiales, que terminan siendo una fuente ilusoria de felicidad. Creemos que tienen la capacidad inherente de hacernos felices. Una vez más, el problema no es tener cosas, sino que las cosas nos tengan a nosotros. Imagina poder disfrutar tu celular, tu reloj preferido, tu casa, tu ropa más fina, sabiendo que los puedes perder en un santiamén. Se rompen, se los roban, se descomponen, se plastifican, se guardan en cajas fuertes, y nos consume mucha energía vital estar preocupados por lo que pueda pasarles. No se trata de descuidarlos, sino de disfrutarlos cuando los tienes en las manos, sabiendo que en cualquier momento pueden desaparecer…
Relaciones de pareja. Son excelente campo para poner esto en práctica y crecer en todos los sentidos, sobre todo si se abordan con sabiduría y se toman como una oportunidad de crecimiento. Todos crecimos con el cuento de la Cenicienta y el príncipe azul, y oímos tantas veces el tan sonado final “…y vivieron felices para siempre”. Tristemente, ni existe el príncipe azul, ni nadie vive feliz para siempre (a menos que evadas completamente o estés dopado). En el momento en el que le dices a alguien “quiéreme igual el resto de tus días”, compraste un camarote para abordar el Titanic. El cariño también cambia, y el cariño que se tiene en pareja también está sujeto a esas mismas leyes. Por ejemplo, no quieres a tu mamá igual hoy que hace 5, 10 ó 15 años. ¿La dejaste de querer? No. ¿La quieres igual? Tampoco.
En el mejor de los casos, si hay comunicación, una relación de pareja puede converger en una bonita amistad. Otra idea errónea es que las relaciones tienen que terminar mal, y eso es resultado principalmente de no poder hablar desde el corazón y no hacer evaluaciones rutinarias. Y en caso de que las maripositas en el estómago no hayan dejado de volar por décadas, pues inevitablemente uno de los dos enterrará al otro algún día.
Nuestra propia muerte. Como este cae dentro de la impermanencia sutil, y como nos vemos a diario, es difícil empezar a notar esas pequeñas indicaciones tanto internas o externas que van dejando patente el transcurrir del tiempo. Sin duda alguna entre más años, más obvio se va haciendo pues el cuerpo es el fiel mensajero del alma, que se encarga de darnos señales de procesos que no hemos querido sacar a luz e integrar en nuestra personalidad. Paradójicamente, la muerte es lo único que tenemos asegurado en la vida, y es para lo que menos nos preparamos. La cosa es que a nivel sutil, también pensamos que vamos a vivir unos 90 ó 100 años. Y así hacemos planes para ir dejando cosas para “cuando tengamos tiempo”. Pero considera al menos: (a) La muerte es inevitable (b) No sabemos cuándo llegará (c) Al final, no se pueden llevar posesiones ni seres queridos.
Lo prometido es deuda ¿Sigues consciente de que ciertamente estás unos 2 minutos más cerca del momento de tu muerte? Muchas veces cuando hablo de esto en las clases o charlas, se genera un gran silencio y cambian los rostros de las personas. A veces toca pensamientos fatalistas de que con esta información, no tenemos más que estar tristes y agobiados porque todo se va a perder. ¡Es justo lo contrario! Es aquí, cuando empiezas a sacarle jugo y provecho a las cosas, personas y experiencias de tu vida. Es así cuando empiezas a vivir más tranquilo(a), libre y en paz. Es así cuando dejas de cargar el mundo a cuestas por vivir preocupado por lo que pasa contigo y con los demás. Es así cuando limpias tu vida de hábitos, personas y experiencias tóxicas. Vinimos a ser felices y a disfrutar de la vida, lo que nos dure. La mejor forma de morir en paz, es haber vivido en paz.
-Rafael Cervantes, Noviembre 2016
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